El procedimiento esencial de la astrología consiste en tomar un fragmento del cosmos que acoge temporalmente al hombre, e intentar, a través de ese fragmento, reconocer la totalidad a la que pertenece. Los ‘signos zodiacales’ son verdaderos signos, es decir, cosas que están en lugar de otras, que refieren a otras. A diferencia de las palabras escritas frágilmente en papel, que son los clásicos signos de cualquier lenguaje, estos extraños ‘signos’ zodiacales están escritos ‘para siempre’ sobre el enorme pizarrón nocturno, en una especie de lección muy complicada y dudosa que nunca se termina de aprender.
Fuente: fundacion-soliris
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Una carta natal es un diseño astronómico de un momento único en el desarrollo del Todo. Volviendo a la noción de símbolo mencionada al inicio: para los practicantes de la astrología es, de algún modo, aquel fragmento de cerámica que el todo regala a sus criaturas cuando se van a vivir en la Tierra de la manifestación objetiva y fragmentada, para que luego recuerden y reconozcan a través de su estudio qué otro espacio más total una vez les dio origen.
Desde este punto de vista, la astrología es una de las tantas formas -tal vez desesperadas- que existen de salvar la caída, de reconstruir cualquier plenitud perdida y añorada. Bastante más y bastante menos que una ciencia -como creen algunos entusiastas entre sus practicantes-, parece ser también una herramienta de consolación. Tal vez por eso ha vivido siempre en una tensión mal resuelta y a menudo belicosa con las religiones institucionales: pregona que el propio intelecto, el propio raciocinio y la propia intuición del hombre son suficientes para dialogar con la propia divinidad, y amenaza así el papel vicario que las estructuras rituales y las jerarquías sacerdotales juegan en esas religiones. Algo fáustico de quien se pierde por su soberbio deseo de conocimiento amenaza, por cierto, a todo astrólogo de cualquier época.
De hecho, aunque los hombres no se ponen de acuerdo acerca de lo que es, algo interesante tiene que haber en la astrología, si ha seguido viva a pesar de que murió definitivamente ya dos veces -entre los años 500 y 1200, y en el siglo XVII. La ciencia no ha podido matarla, tal vez porque, hasta ahora, ningún científico ha constatado que los viejos símbolos -y entre ellos los planetarios y zodiacales-, hayan abandonado el sótano de nuestra psique, donde están las bases de nuestra capacidad para interpretar el libro del mundo.
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